The angel swung his sickle on the earth, gathered its grapes
and threw them into the great winepress of God’s wrath…
REVELATION 14:19
El ángel arrojó su hoz sobre la tierra, y vendimió la viña de la tierra,
y echó las uvas en la gran cuba del furor de Dios,…
APOCALIPSIS 14:19
Leo por estos días Las Uvas de la Ira (Grapes of Wrath) de John Steinbeck (1902-1968). Lectura circunstancial involuntaria, pues en realidad quise tomar los dos tomos del Juan Cristóbal de Romain Rolland de la biblioteca y ya estaba prestado por todo el período de vacaciones. Tanto la biblioteca del Rotary Club de Quintero como su sala de computadores están abiertas, desde marzo hasta mediados de diciembre, para el uso gratuito de los estudiantes y excepcionalmente para algún escritor ‘menesteroso’ (la expresión no me pertenece, la tomo prestada por considerarla de una extraordinaria lucidez; siempre ando por ahí difundiendo su uso…).
Cogí el volumen de Steinbeck en parte por la anchura de su lomo —lectura de verano—, y principalmente por el autor que no he leído y a quien he deseado leer desde hace algún tiempo; desconozco su obra, lo declaro y me sonrojo. Lo que quiero decir es, que no tuve la intención de leer un texto de este calibre (emocional) en el momento preciso en que hago acopio de las últimas partículas de energía para concluir este tercer libro. Simplemente el azar lo colocó bajo mis narices; muchas obras y autores se me han ido extendiendo en el camino como la alfombra roja que guía desde la vereda a los ciudadanos en cueros, esquilmados como ovejas, hacia el interior de alguna financiera en la calle Huérfanos o en Apoquindo…, en donde, a falta de la lana, se les succionará el contenido de venas y arterias a cambio de algunas chauchas para ir sobreviviendo.
Bien, el caso es que las vacaciones del nieto y las faenas de limpieza y orden previas y posteriores en casa y jardín me impidieron, a fin de cuentas, leerlo durante el verano. Es así que inicio su lectura recién el domingo 26 y termino el miércoles 29 de marzo de este 2006.
Las Uvas de la Ira fue publicado en 1939. El hombre blanco ha conquistado el oeste de los Estados Unidos a tiro de rifle, ha arrebatado sus praderas al indio, lo ha asesinado y cuasi exterminado y se ha enseñoreado en sus tierras, pero la historia no comienza aquí. La historia comienza con la naturaleza ensañada en estos colonos, cuyas familias luchan por arrancar los frutos de la tierra con sus propias manos, a golpe de azada y arado; es así que los vendavales de polvo (dust bowl) y tanto la lluvia como la sequía, arruinan año tras año siembras y cosechas; terminan por hipotecar sus tierras hasta perderlas contra las instituciones financieras; finalmente, son despojados por bancos y compañías que derriban a embestida de tractor las viviendas, aran, siembran y cosechan con una sola máquina y un operador. Se produce entonces la estampida humana. Vendedores de autos y camiones usados hacen su agosto, encargándose, de paso, de despojarlos de sus últimas herramientas y animales a cambio de un vehículo destartalado. Los pequeños agricultores arruinados emigran desde Oklahoma, Texas, Arkansas, hacia el este en busca de fuentes de trabajo. California es ahora la Tierra Prometida. La posibilidad de asentarse en algunos acres de tierra, cultivar, cosechar y construir una casita blanca rodeada de naranjos, como habían visto en los anuncios publicitarios a todo color es el motor que los guía; y unos misteriosos volantes amarillos ofreciendo trabajo, mucho trabajo, el combustible que mantiene a los motores en marcha atravesando montañas y desiertos. En la realidad y a la postre, devienen en obreros de la fruta y el algodón: recolectores, temporeros. Los sueños van cayendo uno a uno. Debido a la sobre oferta de la mano de obra así convocada, los pocos centavos de dólar por recolección retornan en su totalidad a las arcas del terrateniente en forma de pago por el alimento diario en la pulpería; las cabinas del campamento son madrigueras sin luz ni ventilación, casi siempre compartidas; los servicios higiénicos, inexistentes; una llave de agua a cien metros para todo el campamento. Algunos, con un poco de suerte, tienen cabida en campamentos del gobierno donde logran poner en pie temporalmente la dignidad pisoteada, mientras salen a diario a los caminos en busca del trabajo; a la vez, la narración no escatima la incursión de infiltrados que entran a aguarles la fiesta a los refugiados que han comenzado a organizarse y tienen al menos una taza de WC donde sentarse, una ducha diaria con agua caliente y un baile a la semana para la expansión y la recuperación del espíritu de lucha.
Finalizan sus vidas de emigrantes como indigentes errantes, despreciados y escarnecidos, hundidos en la miseria, el hambre y la pobreza, mueren hacinados como ratas; algunos sobreviven, como ellas. En tanto, toneladas de frutas, algodón y tabaco son sepultados en el mar o descargados en los vertederos –las naranjas rociadas con queroseno a fin de que nadie las pueda comer–, sólo para mantener los precios.
Todo esto sucedió, en la vida real, hace sólo un poco más de medio siglo. ¡Sólo medio siglo!
Podría imputársele —hoy— a Steinbeck una sola caída en la alucinación: los ricos son todos, sin excepción, irremediablemente malos y explotadores, por algo son ricos (el único empresario-agricultor con cierta conciencia social en esta historia va en camino de correr la misma suerte que los despojados); y los pobres, irremediablemente justos y buenos, sólo llegan a malos (robar, asesinar) a causa del estómago vacío o empujados por el instinto de conservación, la historia se ha iniciado con el protagonista saliendo de una condena por asesinato en defensa propia en una riña de bar.
Queda —asimismo y como esbocé al comienzo— un tanto eclipsado el hecho de que los propios antepasados de estos mismos perseguidos de la suerte asesinaron, robaron y despojaron, en su momento histórico, a los indios. Y si bien Steinbeck pinta con patacones de óleo y pigmentos primarios vangoghianos la situación de los emigrantes, sobre la situación anterior del indio deja caer la pátina desvaída de la Historia: una acuarela descolorida, colores matizados, deslavados. El hecho histórico queda impune y libre de culpa, una ojeada rápida a la bibliografía de Steinbeck no parece revelar crónica alguna sobre la suerte del indio.
No obstante, recomiendo la lectura —o relectura— de este libro, con mirada prístina de siglo XXI y con la mano puesta sobre el corazón, en especial a los empresarios chilenos, economistas y políticos de todos los sectores, gobernantes y opositores por igual, legisladores en particular. No la pasarán bien. El mismo Steinbeck lo declaró (mi corazón da un brinco de empatía y se para de cabeza ante sus palabras): “…I am not writing a satisfying story. I’ve done my damn best to rip a reader’s nerves to rags, I don’t want him satisfied. And still one more thing! I tried to write this book the way lives are being lived not the way books are written.” (“No escribo historias complacientes. Hago lo condenadamente posible para destrozar los nervios del lector, no busco complacerlo. ¡Y otra cosa! He tratado de escribir este libro de la manera como las vidas se viven, no por cómo se escriben los libros.”, traducción de la autora). Menciono, de pasada, que Steinbeck obtuvo el Premio Nóbel unos veinte años más tarde, en 1962. En 1940 había recibido el Premio Pulitzer, en su propio país, por la publicación de esta misma obra).
El escalofrío final en la historia (para los que quieran leerla) se obsequia de llapa. ¿Precursor de Albert Camus y la ‘conciencia social’ en su novela póstuma El Primer Hombre? O, Camus a través de los océanos, pues las mentes alertas parecen estar conectadas entre sí en un plano superior por una longitud de onda que desconoce el tiempo, las distancias, fronteras, lenguas, ideologías, nacionalismos, sistemas religiosos.
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- La lectura de este texto en su estado inédito fue incluida en la ponencia de la autora presentada en el Conversatorio Literario, organizado por Club del Libro y auspiciado por la Unidad de Patrimonio de la Ilustre Municipalidad de Viña del Mar.
Este conversatorio se llevó a efecto el lunes 24 de julio, 2017 en el Palacio Rioja de esta ciudad, en el contexto de la presentación del libro «Un Canal… Un Camino. Impresiones de Elisea», auto editado en Valparaíso en 2016 (disponible en el MENU Bibliografía de esta página WEB).