PABLO NERUDA

Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?

Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?

Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?

(Canto X – Alturas de Machu Picchu)

Patrimonio Cultural vs grafiti. ¿Reivindicación o vandalismo?

       Desde los altos ventanales de la oficina en calle Cochrane, un día cualquiera en las medianías del año 2018 como cualquier otro día en el calendario, se apreciaba en todo su ‘esplendor’ la fachada afrancesada de la actual Comandancia en Jefe de la Armada en Valparaíso. Edificación presuntuosa, ha albergado desde oficinas y casa-habitación de la Intendencia, Dirección de Obras Públicas, Tesorería Fiscal y la Guarnición de Valparaíso (entre otras reparticiones) hasta la actual Comandancia y el Cantón de Reclutamiento 23. Tomada por la Armada en 1973 ha servido entre otros usos, como centro de fiestas y centro de torturas. Fue nombrada Monumento Nacional en el año 1979 de la dictadura militar y está situada frente a la Plaza Sotomayor dentro del Casco Histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

     ¿Por qué recordarlo hoy, en este día de mediados de septiembre de 2022 en Santiago, en que el invierno se resiste a develar del todo el cielo y un viento gélido porfía en aguarle la fiesta a un tímido Rey Sol cuando éste se atreve a mostrar la cara? Justamente a un año del cincuentenario de la muerte del Poeta del Canto General.

     Hace aproximadamente un mes, un alboroto polémico instantáneo que duró lo que un chubasco, inundó por algunos días los medios de comunicación y redes sociales. El edificio del Museo Nacional de Bellas Artes, conocido como Palacio de Bellas Artes, Patrimonio Cultural de la ciudad, había sido pintado con grafitis en una sección de su cúpula. Las glándulas salivaron, las lenguas soltaron las riendas, las bocas enjuagaron intersticios entre los dientes, y las papilas se refocilaron con bocadillos o petite bouchée , Leckrbissen, snacks salpimentados o agridulces, algunos muy azucarados: monumento nacional ; cultura; patrimonio, prestancia e historia del Bellas Artes; identidad; espacio público; y así, otros. Y escupieron como espinas de pescado: vandalismo, ignorancia, antipatriotas, no es arte, es sólo expresión o un gustito personal, por llamar la atención solamente, marcar territorio; falta de estética, sin contexto ni significado; delito, triste, lamentable; cero respeto por la cultura, por la historia, por la infraestructura del país. Todo lo anterior, sellado por una querella de la Gobernación Metropolitana y un solemne dictamen: “Se les acabó la fiesta”. Entre todas las declaraciones anteriores, resalta ésta: “Para algunos son sólo ‘cositas materiales’, pero es un daño a la cultura, a la convivencia, a muchas cosas más profundas, que ‘cositas materiales’.”, pues tiene cierta relación, por antagonismo, con la reflexión que suscitara en la mente la vista del Monumento Nacional (ya se ha dicho, hoy ocupado por la Armada) en Plaza Sotomayor de Valparaíso.

    Pero antes de incursionar en ella, preciso es establecer, dejar constancia que el caso presente del llamado ‘vandalismo’ ha sido ejecutado sobre o en contra de un Museo, y nada menos que el Museo de Bellas Artes. Lo que justifica hasta cierto punto y acaso más allá, la indignación general y su posterior reacción. Pero no es éste el meollo de la cuestión, en este instante en que se asocian los versos del Poeta con una suerte de ‘palacete’ visto desde un piso cualquiera en una ciudad cualquiera de nuestra exigua franja de tierra estrangulada entre mar y cordillera.

    Mientras se contempla este Monumento Nacional (Museo de Bellas Artes en Santiago), así como la serie de patrimonios culturales religiosamente conservados a lo largo del país, se reafirma en la mente –como aquel día en Plaza Sotomayor de Valparaíso– la certeza de que ‘nuestro’ patrimonio no se encuentra en la piedra, el fierro, la argamasa de estas moles, cualesquiera sea su estilo –francés ha sido en los menguados siglos desde nuestro descubrimiento por el hispano, el predilecto entre los dilectos–. No se encuentra, me atrevo a afirmar, en la edificación misma sino en la sangre y el sudor de las centenas de hombres que literalmente las levantaron, en la células y neuronas cerebrales de aquellos que las diseñaron (o copiaron), en la voluntad y el tesón de los que supervigilaron los trabajos. En suma, el Hombre. Junto a los ilustres apellidos del arquitecto, a veces del ingeniero, ¿no debió, por ventura, quedar registrado cada Nombre hasta el último y el más humilde de todos ellos?

    Empero, no es preciso fustigarnos el alma nacional. Desde que el mundo es mundo y el hombre dejó de reptar y abandonó su incómoda cueva para ‘evolucionar’, la erección de monumentos, pirámides, templos, ha sido una de sus ocupaciones primordiales. Su gula por lo híper, lo magno, lo grandioso, así hubiere sido a costa del sudor y la sangre de millones de esclavos des-conocidos, se adueñó de su espíritu, junto a la posterior angurria por el descubrimiento, el coleccionismo, la posesión de los tesoros materiales enterrados en o con ellos a lo largo de sucesivas civilizaciones.

    Ahora, ¿cómo conectar esta modesta pilca de tres o cuatro piedrecillas coloquiales con el llamado ‘vandalismo’ del Museo de las Bellas Artes?

    Me atrevo a aventurar que sobre las superficies de las cuevas convexas, angulares, conoidales o piramidales que, al contrario delas cuevas cóncavas excavadas por la Naturaleza, han sido y continúan siendo erigidas por el poderío de ese otro hombre sobre la Tierra, el artista grafitero de hoy, desde el fondo abisal del alma, de la mente y del corazón del ser humano, se empina, impone e imprime allí su paso por este mundo. Por los cientos, miles, millones, miríadas de hombres que allí ‘estuvieron’. Ellos son los pintores, los artistas paleolíticos de este angustioso, deshumanizante paso del siglo XX al XXI. Como el Neanderthal cantábrico, deja su testimonio: Aquí estoy yo, y esto es lo que vi.

El artista, el trabajador, el Hombre, renuncia a la invisibilidad impuesta por ese otro ¿hombre? del pasado y del futuro.

  En Santiago, septiembre de 2022

  Miranda Gandi

El Gigante de Atacama

 

       Dibujo de Lucas Franz